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“¿Cuánto tiempo nos tomamos usualmente para pensar en las cosas que más nos importan, pero no desde la angustia del ego, sino desde las necesidades del alma? ¿No debería ser una costumbre adentrarnos en nosotros mismos para revisar lo que realmente creemos que nos hace felices y cómo creemos que se consigue? No hay examen más temible que el que se hace uno. Descubrir, definir y aceptar una identidad, y jugársela por preservarla, es algo tan decisivo que puede llegar a ser doloroso, tanto para las personas como para los proyectos. Encontrar el equilibrio, determinar desde donde alinear los distintos aspectos de la vida, ser capaz de una real coherencia... en esta época suenan como objetivos de un maestro o monje oriental; pero deberían ser la base de la búsqueda y la acción de toda persona sensible que no tema conectar sus inquietudes con su creatividad y su coraje. Al final, aunque suponga un esfuerzo duro e involucre derribar muchos miedos, la clave para ser feliz no es ningún secreto: hay que sentir, hacer y decir lo mismo... (siempre en ese orden, porque el hacer y el decir se deciden, pero el sentir se descubre)”
“Aún no te has conocido a ti mismo. Pero lo bueno de ir conociendo a otros es que uno de ellos podría presentarte contigo”.
La cita corresponde a la película Waking Life, del director y guionista Richard Linklater, y sintetiza el fundamento de la colaboración como eje de crecimiento. Y, por supuesto, como eje de hackeo.
La competencia -así como las nociones de “cliente”, “marketing” y “rentabilidad”-, está en el corazón del viejo paradigma de los negocios. La necesidad de “vencer” a los otros para “triunfar” se presenta como una lógica incuestionable, no deja espacio para nada más, encontrando su sustento incluso a nivel darwiniano.
Sin embargo, desde las escuelas más vanguardistas de conocimiento se ha levantado otra posibilidad: no sólo ser el mejor para competir puede definir la supervivencia; ser el mejor para colaborar es igual de decisivo. Así lo establecen filósofos como el profesor Humberto Maturana.
A esa idea de colaborar para sobrevivir/desarrollarse (que Maturana describe en el libro El Árbol del Vivir, escrito junto a Ximena Dávila) remite la cita del principio. Conectar con otros, compartir ideas, historias, sentimientos, proyecciones, miedos
y experiencias en general, contribuye a encontrarnos con nosotros mismos. La forma en que nos entendemos -y entendemos lo que hacemos- puede nutrirse en la interacción con otros hasta puntos clave para la configuración de lo que proponemos.
En 2016, cuando llevaba un tiempo trabajando con las ideas que terminarían por dar forma a Hackéate, el decano de la Escuela de Psicología de la Universidad Adolfo Ibáñez, Jorge Sanhueza, me invitó a tomar un café. El motivo era conversar sobre esas ideas, que a él le parecían muy interesantes.
Nos encontramos en el patio de la universidad, pero luego nos dirigimos al edificio de la escuela. Yo pensé que íbamos a su oficina, cuando de improviso abre una puerta y me hace pasar a una sala llena de profesores de la universidad, principalmente psicólogos. Jorge quería que fuera a ellos a quienes yo les hablara sobre la propuesta que todavía no terminaba de elaborar.
Fue una sorpresa que me puso muy nervioso. Imagínate: yo, un diseñador autodidacta con dislexia y dislalia, que había estudiado y ejercitado por mi cuenta –y faltándome todavía mucho por estudiar y ejercitar-, estaba desarrollando una metodología para fomentar emprendimientos que conecten con la esencia de las personas, y ahora me enfrentaba a un grupo de profesionales que querían examinar –y quizás cuestionar- mi planteamiento.